Rafael Barradas
Rafael Pérez Barradas nació en Montevideo en 1890 y falleció en la misma ciudad en 1929.
Pese a la contundencia de estos datos cabría ampliar para el arte la nacionalidad de este uruguayo, hijo de padre y madre españoles y casado con una mujer provinciana de España. En las dos patrias – en la suya y en la de familia – actuó y una perfecta simbiosis de influencias de ambos países explica el carácter de sus labores. Para los problemas culturales que se plantean a diario sobre la relación, sumisión, enfrentamiento y libertad de las relaciones entre el arte de América y Europa es importante considerar en su elucidación el aporte de Barradas, o como hemos dicho anteriormente el “Caso Barradas”. La mayor parte de su obra, la pintó en España. Esto es incontrovertible porque es histórico. Allí se le consideró como a un renovador, más aún, como valor absoluto. Eugenio D’Ors en su “Salón de Otoño” de 1924, en el cual realiza una tremenda catarsis del arte de sus compatriotas, lo coloca en sala de privilegio entre José Gutiérrez Solana, cuya percepción de la España Negra goyesca le fue suficiente para mantener su vigencia con dignidad y distinción, y Juan Gris, que debió trasladarse a París para sostener su cubismo universalista.
Barradas estableció una tercera posición inédita al dar una nueva expresión en la reciprocidad de relaciones culturales entre Madre Patria y los países de nuestro Continente, relaciones generalmente englobadas en el término Hispanoamericanismo. A veces dudamos si Rafael Barradas que en los años mozos partió hacia España, tierra de sus padres, desde donde regreso – nos repetimos – sólo para morir, configura, por su rango mayor a un prototípico pintor de hispanoamericanismo, o por la función allí realizada, al descubrir nuevas formas estéticas en viejas entrañas que no eran del todo ajenas, con él se inicia en pintura y en palabra trastocada, un Américohispanismo que cabría reconocer.
Es indudable que obtuvo grabaciones definitivas y nuevas de los tipos del pueblo español por haber mirado sus actitudes con pasmo americano, de una América a la que siempre le es difícil reconocerle un estilo; retomo sin encargos la pintura de asunto religioso, lo que ya no ocurría en España (toda imagen religiosa era encargada y los encargadores imponían sus gustos) y saltando sobre prejuicios, inquietó con avancismos a la pintura de España.
A su regreso, Barradas entregó al Uruguay la obra entera de un gran artista nativo de neta inspiración hispánica. Por su mirada que llegaba desde muy lejos para redescubrirse a sí mismo, por su desprejuicio localista como extranjero, a la vez que libre de las ataduras académicas habituales en aquellos ambientes, llegó él también a la tarea de una universalización, de una nueva afirmación del carácter y la fe españolas, cuando ya las primeras únicamente se servían como atracción pintoresca, y las segundas transitaban trillos harto conocidos de ejercitantes mercenarios. Porque también el uruguayo Barradas redescubrió a España.